martes, 7 de septiembre de 2010

MOMENTO EN EL QUE NO SE DAN LAS COSAS

Simplemente Sergio quería encontrar una certeza en todo lo que había descubierto aquella tarde. Se había dado cuenta que todo lo de atrás ya, no valía de nada. En la vida quizá, cada cierto tiempo ocurre que en un instante se tiene que poner tu mundo completamente al revés para descubrir que no era el camino correcto lo que ni si quiera te habías planteado.




Aquella mañana la habitación donde amanecía desde hacía meses se había contagiado de la negrura y el espesor del inicio del día, en aquel lugar impropio para el, rodeado de casas unifamiliares, todas flanqueadas por el mismo tipo hortera y utilitario de coche, todas con un horrible buzón en la entrada que daba fiel imagen de lo estúpido de la familia que seguro dedicaba sus domingos a visitar al reverendo y luego se convidaban unos a otros a excelsas barbacoas en donde comerían lo que ni si quiera les apetecía, brindando con cervezas por la gula, la avaricia, la envidia y la pereza hasta que el alcohol les condujera a hacerlo por la ira, la lujuria y la soberbia. Aquel barrio, aquella ciudad. La imagen de opacidad que envolvía todo y que se reflejaba en tan solo un vistazo, tenía guardado en las retinas el carácter impenetrable de las cortinas de grandes flores y oscuras que cubrían los ventanales de cada una de las casas que le circundaban. Creo que se dio cuenta en ese momento que odiaba las cortinas, o por lo menos su poder de confundirlo todo.


Sergio, a diferencia de los que le rodeaban, había tenido sueños, incluso quiso escribir. Mas cuando uno se encuentra en la autopista sinsentido del paso de lo años como era su caso, lo único que podía ayudarle era precisamente descubrir que hubo un tiempo en el que aspiró ser otra cosa.


Se preparó una taza de café mezcla como llevaba haciendo los últimos 12 años y agarrando una vieja silla de la cocina se colocó al lado de la pequeña chimenea de ladrillos rojos de la salita de estar. Con los ojos perdidos en la agonía de los troncos recién encendidos, se mezclaban en el tiempo los crujidos de la madera y sus latidos y los suspiros se hacían tan profundos que parecían dolerle. Se sabía juez y era el único que podía dictar sentencia sobre si mismo, no podía continuar dejando las riendas de su vida al completo e inseguro azar, no era justo para nadie. Tenía colocadas en la buhardilla perfectamente, una docena de cajas con los recuerdos de todas sus vidas y fue bajándolas cuidadosamente hasta el calor del fuego. Cambió el café por una copa de whisky añejo con un chorrito de agua fría, le gustaba el toque del agua fría mezclándose con el calor del whisky a través de su garganta. Abrió una de las cajas y sacó paciente todo lo que contenía. Un montón de expedientes académicos, diplomas, premios literarios de la escuela, cartillas de notas y trabajos de manualidades de cuando aun estaba en el parvulario. Se entretenía en mirarlos y acariciar las tapas, las hojas…ver su nombre escrito tantas veces y notas de felicitaciones de todos sus maestros calmaban de cuando en cuando la severidad de sus suspiros pero ya no había vuelta atrás y todo fue pasando de su mano izquierda a su mano derecha para acabar en la hoguera que cobraba fuerza con cada nuevo taco de hojas rancias que solo significaban pasado. De otra caja salieron fotos de personas que hacía años que no veía y a las que prometió querer siempre, era evidente que había roto su promesa y la mitad de aquellas caras no producían gestos en el, las miraba mecánico y las conducía a ser incineradas como si su vida se hubiera convertido en una cadena de montaje. Abre su pasado, ve foto, no siente nada, olvida su pasado. Por ahí pasaban antiguas novias, compañeros de estudios, amigos de esos de toda la vida, personas tan íntimas que solo resultaron ser afiches circunstanciales de una etapa y no de su vida, todos aquellos rostros que siempre tendrían el dudoso honor de haberle conocido si quiera un poco y que ahora no eran mas que combustible fácil a la espera de las llamas del tiempo que transcurre mientras crees vivir y no vives. Fueron vaciándose las cajas al igual que la carga emocional que Sergio transportaba desde siempre, había momentos que el ver desaparecer un trozo de ayer palpable le imprimía un aire victorioso en el rostro, otras tan solo su mirada denotaba el peso de tanto tiempo perdido, engañado por si mismo creyendo tener respuestas y fuerzas para todo. Segunda copa y el calor de la hoguera ya le hacía sentir nostalgia estéril de esa que sienten las personas que nunca se implican lo suficiente en nada ya sea para sufrir solo lo justo ya para poner de manifiesto sus carencias emocionales. ¡Cuanta gente salía de esas cajas que poco a poco iban convirtiéndose en nada!, pero notaba respiro en su espalda y tenía la sensación de haber tardado mucho tiempo en hacer lo que debía. ¿Por qué tenía que ser él el que sufriera tanto por los demás?, ¿por qué tenía que llorar tanto a un recuerdo que quizá tan solo él sintió así?, ¿por qué le hacía tanto daño que el tiempo le demostrara que los momentos que el creía perfectos e irrepetibles, no eran mas que pellizcos al alma y su camino fuese el olvido siempre, de una de las dos partes? Tenía la sensación de que toda su vida era inventada pues no había nadie a su lado que la corroborara y visto así que más daría mandarlo todo al traste y quemarlo hasta dejar de ser aquello que detestaba ser, dejar de ser uno mas.


Serían las dos de la tarde y ya se servía la cuarta copa, pensaba que el fin de esa etapa tenía que hacerse precisamente así, bebiendo para olvidar, olvidar las veces que se hartó de beber por aspirar a segundas oportunidades, por demostrar algo mas y hacer sentir y sentir el mismo con solo unas caricias. Quizá fue el volver a ver de nuevo todos esos trozos de su vida y luego quemarlos lo que le hizo comprender que había dejado de ser un niño. Se había dado cuenta de una cosa horriblemente dolorosa…que no solo sobrevivirle a la muerte es imposible.


Se levantó de la silla y mientras observaba toda su vida arder en la chimenea se sintió ¡tan pequeño! Cogió un bolígrafo y en un trozo de papel escribió:






<La vida me ha enseñado 3 cosas: la primera es que cuando dejas de sentir tienes que marcharte, la segunda es que solo uno mismo puede conocer el significado de sus palabras y la tercera…de nada sirve querer darle a alguien lo que no quiere tener>






Y con la seguridad de que nunca nadie leería aquella nota pues vivía solo, salió de la casa en búsqueda de la carretera que llevaba a las montañas. Solo se había puesto un objetivo; que fuera el sol, y no las personas, el que marcase su camino. Y poco a poco solo era una silueta que fue desapareciendo hasta convertirse en nada como sus falsos recuerdos.






19-Enero-2010


Cáceres-Lijó

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