sábado, 8 de octubre de 2011

Sombrero de copa, de ala ancha y negro

   Jack era un sombrero. Eso nunca lo había ocultado. Era mayor y las cicatrices ya se le notaban en el fieltro. Había pasado los últimos años en un baúl de atrezzo de un circo de tercera. Yendo de pueblo en pueblo. Volviendo al baúl en todas las ocasiones. Pareciera que nadie quisiera percatarse de que su realidad era otra. Era un sombrero de copa, de ala ancha y negro. De fieltro atiesado con un cinturón de seda en negro también pero con reflejos. Quizá destellos de una vida que solo el recordaba. Y al acordarse, su memoria se teñía de mangetas como la banda suave que se apoyó, en otros tiempos, en tantas memorias.
    Le entristecía recordarse tan arriba. Cuando podía verlo todo desde un lugar privilegiado. Y ahora vivía en un baúl.
    Él que llegó a ser acariciado por manos finas y blancas, y cepillos de nácar. Que supo ganarse cada elogio desde la cima del mundo. De su mundo de sombreros.
   Y ahora mal-duerme aplastado en un baúl junto a una guitarra sin cuerdas y un reloj que se paró y nadie auxilia.
   Ya le avisó un tacón de charol desparejado que no era mas que un complemento, una moda que pasa  y se olvida. Que como todas cansa. Pero no la creyó. Y siguió disfrutando de las cenas de gala en casa del señor embajador, en el teatro, en los paseos por la acera de los pares de la calle de Alcalá ...y sin saber como en una mudanza comenzaron a olvidarle.
   Jack, como casi todos los sombreros de su época fue hecho a medida. Para el joven Joseph Scott como regalo en su decimoctavo cumpleaños. Era la pareja perfecta de su nuevo frac. Pero las cosas pronto se torcieron y la crisis lo llevó a mas de una cabeza de nuevo rico.
   Creo que ya no recordaba los nombres de casi ninguno de sus propietarios pero recordaba el rincón de una luminosa habitación. Le gustaba imaginarse de nuevo ahí. Así no sentía cada golpe que le estaba dando el presente. Se pensaba comodamente apoyado en una cabeza de madera barnizada, en una cómoda de caoba tallada. Y se miraba al espejo. Y se veía realmente bien, casi brillante. Como la plata que le rodeaba y que jugaba con los rayos del sol a convertir el espacio en hilos de luz de colores. Pero la verdad es que ahora sufría. Nadie se hace una idea de lo penoso de su situación. Y es que el hoy le rajaba por dentro. Y se sentía sucio. Solo recordar el rincón de aquella estancia provocaba como opio, relativa calma para sobrellevar lo duro del asfalto.
   Él que estuvo a punto de ser sombrero de un marino mercante se arrastraba domado, delante de un mimo. Y sentía como una puñalada cada moneda que le arrojaban.
   Un sombrero de copa junto a una guitarra sin cuerdas y un reloj parado. Espacio de trabajo de un mimo comprometido con la causa de mostrar la realidad sin contarla. Un mimo del circo. Y es que Jack se dió cuenta que en realidad por muchas veces que caigas de cara, al final caes con tu cruz.

1 comentario:

  1. Como bien me dice mi madre, acostumbrarse a las situaciones menos agraciadas nos resulta costoso, duro, difícil e incluso un tanto agotador, sin embargo, hay que sacarle ese jugo, esa lección que nos hace aprender, crecer, ser fuertes. Así que me voy a permitir darle un consejo al señor "Jack" tal como "carpe diem"!!! Disfruta de cada momento como si fuera el último, da las gracias de que sigues ahí y siente que formas parte de algo/alguien, no eches la vista atrás mas que para coger fuerzas y trata de eliminar esos sentimientos que te nublan, sólo así volverás a ser tú!! :)

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