miércoles, 6 de marzo de 2013

Porque en algún momento todos necesitamos ayuda...

   Voy andando por las calles de Madrid entre miseria y necesidad. No es algo que se exclame a gritos si no mas bien una parte del aire que se respira pero que no sobrepasa los dos palmos el suelo. No puedo no darme cuenta del sufrimiento que me rodea. Y a veces me odio a mi mismo por tener los lujos que tengo. Como todos los días y casi siempre puedo elegir el qué, tengo mucha mas ropa de la que necesito, viajo, compro libros, voy al cine y ceno en ocasiones en restaurantes... mientras hay tantísima gente que duerme en  la calle, que come gracias a la beneficencia, que llora porque no entiende cómo se le escapó la vida de las manos. Miles de personas sin expectativas, sin esperanzas. A las que sobreviene un futuro apocalíptico.
 
   No podré nunca por respeto hacerme la víctima pero he vivido lo que es no tener ni siquiera para comer. Recuerdo como si fuera ayer, una tarde en la que vinieron dos amigos a verme. Condujeron el coche treinta y dos kilómetros para llevarme comida. Filetes de lomo, hamburguesas, pasta, aceite, latas de atún y algo de fruta. Y tengo grabadas cada una de las lágrimas de agradecimiento que lloré esa noche, después de que mis amigos se fueran de mi casa.

   Porque al fin y al cabo el ser humano es el único que puede sacar del agujero al ser humano. Porque todos en algún momento necesitamos ayuda, tenemos la obligación moral de ayudar cuando podamos. Sin esperar aplausos, sin sentir orgullo. Simplemente es el hecho de tener claro que en cualquier instante la realidad que nos cobija puede desplomarse cómo un castillo de naipes y ponernos boca abajo y sin salida. Quizá haber visto el límite en muchas situaciones te hace ver mas claro lo verdaderamente importante que somos cada uno de nosotros para los demás.

   Recuerdo un día, volviendo de la universidad, con la cabeza llena de ideas tras dos o tres horas de charla con futuros filólogos y filósofos en la cafetería de la facultad de Humanidades. Iba en el metro leyendo, seguro que a algún novelista ruso, cuando empezó a sonar un violín finísimo y elegante. Al principio disfrute la melodía acompasando mi lectura. No se me ocurría mejor instrumento para dejar que te penetre el realismo ruso de finales del XIX y principios del XX. Pero después inevitablemente mis ojos querían ver quién lo tocaba y descubrí a una entrañable señora mucho mas mayor de lo que me imaginaba y vestida de un negro pulcro de arriba a abajo. Pensé ¿cómo podría tener que buscarse la vida una señora de la edad de mi abuela?, ¿qué haría ella si no tuviera ni para comer?. Me toqué el bolsillo y adiviné una moneda de cincuenta céntimos que guardaba cómo oro en paño para poder comprar un paquete de pan de molde y asegurarme, a razón de cuatro o cinco rebanadas al día, pan para casi toda un semana.... fue inevitable y aquella semana no comí pan pero cumplí con mi obligación.

   La obligación de ayudar. El compromiso por el sufrimiento ajeno. La sociedad en la que vivimos gira en torno a la economía, a los mercados, a la banca y a la bolsa. Y muy por debajo de todo aquello están las personas. Importa mas cuadrar un balance que la soledad de un anciano. Es mas valioso un voto en unas elecciones que la sonrisa de un niño que no tiene futuro. Ahora como sociedad hemos llegado a la forma mas alta de genocidio. Estamos dejando sin trabajo, sin comida, sin un techo en el que cobijarse... estamos matando en silencio a miles de personas jugando a ésta trampa en la que una élite lo mueve todo para su uso, disfrute y beneficio. La lacra del siglo XXI son los políticos y los baqueros. Esa casta a la que hemos regalado el poder de decidir hasta la última decisión que tomamos en nuestras vidas. Ellos ponen precio a nuestro esfuerzo en el trabajo, tasan y financian las casas dónde estableceremos nuestros hogares, juzgan y tipifican nuestras relaciones, nos conceden o nos deniegan becas, ayudas, cursos, títulos, hipotecas... Suben el precio de lo que consideran necesario para cuadrar sus cuentas y no entienden que pasar de pagar un euro la docena de huevos a pagar uno con cincuenta es un drama para miles de personas para los que supone un esfuerzo sobrehumano diario, encontrar motivos por los que seguir adelante.

 

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