Fuerte y suave. Rápido y lento. La Misa en si menor de Bach jadea en las sombras cómo si en verdad fuera sexo. Cómo si en la oscuridad todo fuera eso. Fuerte y suave. Rápido y lento. A la hora en que las ideas se masturban y la luna sólo juzga lo que el sol quizá no entiende. La música de las sombras. El juego endeble del paso a paso entre el bien y el mal. ¿Pero acaso no es después de pasar por nosotros cuándo el bien y el mal significan algo?. Los rascacielos dan sombra a las grandes avenidas. Pero también un conejo a su madriguera. Y una seta a la tierra que le circunda ( o a una parte de la tierra ya circuncidada).
Estando a oscuras nadie sabe bien quién cierra los ojos y duerme, y quién aprovecha para tenerlos completamente abiertos. No se distinguen en el peso negro de las noches, los tabúes del recto movimiento en pose de las apariencias. No se detectan fallas entre pechos que respiran al unísono mientras duermen. No se contagian los complejos. No se difunde el odio entre las sábanas. Y es que sólo se necesitan tres segundos a oscuras para conocerse. Durante el primer segundo se reconocen los rostros. Después se clavan fijos para siempre, los ojos. Y en el tercero, ya se aprenden la forma y los volúmenes de los labios. Y ya sin importar el tiempo que pase. Aunque la ceguera cubriera todas las almas del universo. En un abrazo la memoria devolvería fuerte y suave. Rápido y lento. Esos tres segundos eternamente. Da igual qué cielo te cobije. De noche... todo puede traducirse en sexo.
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