El tiempo contado en años, meses, semanas, días, horas y minutos sin segundos.
Los libros colocados en escrupuloso orden. Por disciplina, género, época, año, autor y editorial.
Las latas de conserva alineadas por formas, colores, marcas y fecha de caducidad.
Los errores grabados a fuego y en fila de mayor a menor, de lejanos a cercanos, con o sin lágrimas y entre culpable e inocente.
El orden se hace indispensable para no olvidar. Y quizá no olvidando se asegure ese orden. Obligatorio y necesario. Soez y macabro. Por las cosas que suceden y al poco sólo ocupan su lugar.
Por su año, mes, semana, día, hora o minuto sin segundo... cómo el tiempo.
Por su disciplina, género, época, año, autor o editor... cómo los libros.
Por su forma, su color, su marca o se fecha de caducidad... cómo latas de conserva.
Por su tamaño, por su distancia y por el número de lágrimas inocentes o no que viertes.
La vida te resume a las personas en un prólogo de un instante que puede que jamás llegue a desarrollarse. Y hemos de quedarnos con el momento que se escapa mientras estornudas o pestañeas. Ahí, justo en ese instante... pudo haber pasado el sentido de tu propia vida. Sucede que la mayoría se conforma con contar el tiempo. Con leerlo y conservarlo. Se pierden en el miedo a errar y acaban ordenados en la memoria de otros en escrupuloso, obligatorio y necesario orden. Soez y macabro. Por el lugar que ocuparon en las cosas que suceden.
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