martes, 17 de enero de 2012

Cathy en búsqueda de los detalles

   Andaba buscando su sitio en éste mundo pero no lo encontraba. Cathy lo tenía todo. Una familia que le llenaba de amor, muchos amigos con los que distraerse y un montón de pretendiente haciendo cola en la puerta de su casa esperando el beneplácito del padre y lograr tener un romance fugaz con ella.
   Quizá era eso lo que le atormentaba. ¡Todo era tan fugaz!. O a lo mejor tenía tan soñado lo que el futuro debía traerle que no se daba cuenta de lo que pasaba alrededor.
   Cathy deseaba sentar la cabeza, tener un marido que la cuidase y la mimara, y tal vez un par de niñas correteando por el salón de su casa, vestidas a la moda, como dos muñequitas. Pero nada de eso llegaba y sus días se alternaban entre fiestas dónde lo daba todo y mas, y días grises de resacas y tranquilizantes en donde no encontraba ni tan si quiera el sentido a su vida. Esos días eran terribles. No dejaba de juzgarse por todo. Revolvía su cabeza la idea de que así que mas daría no llegar a los cincuenta. Que mas daría acabar con todo.
   Es cierto que desde fuera daba otra sensación. Siempre muy bien vestida, llamando la atención de hombres guapos y seguros de sí mismos ( esos eran los peores), reservados en zonas vip´s, champaña enfriándose en hieleras allá por donde iba... pero no era feliz y en los día grises lo malo, cada vez iba siendo mas malo.
   Todo parecía sacado de una biografía ya escrita antes para tantos y tantos incomprendidos. Gente sensible y demasiado ingenua para éste mundo tan hábil. Mas para los que se mueven de noche porque el día deja demasiado a las claras lo que son y no quieren.
      Un día vulgar, Cathy miraba escaparates y sonreía, como saludando a los bolsos de Loewe que se conocía de memoria. No paraba sus pestañas nunca en los detalles y muy probablemente de ahí venían muchos de sus problemas. Pero esa mañana todo iba a cambiar. Por vez primera se paró en medio de la acera a leer un papel medio arrugado que estaba al lado de una papelera. Lo cogió, lo alisó con delicadeza y comenzó a leer:


    "Manifiesto de la felicidad:
Querido yo que tantos disgustos has pasado conmigo. Hoy me he dado cuenta de lo que realmente está en mis manos. Mi vida. Y ya no la voy a posponer por nada, ni me voy a dejar domeñar por nadie.
Está en mí y solo en mí, la capacidad plena de ser feliz. No voy a dejar que me atormente la nostalgia de lo que creía eterno y no lo fue. No voy a sufrir por un futuro milimétricamente diseñado por mi subconsciente, por mi cerebro que no es capaz de preguntar a mi corazón que le parece ese gran plan para mi vida que hasta ahora me ha llenado de miedos y soledad.
    Ahora soy yo el que decido. Cada mañana delante del espejo me daré los buenos días, feliz por tener una nueva oportunidad. Voy a disponer nuevas armas para relacionarme con la gente que me rodae, besos y abrazos. Besos y abrazos para ser capaz de transmitir lo que de verdad siento y para que sean capaz de llenarme con lo que de verdad importa. Amor, cariño, compresión, alegría, paz... serán las palabras con las que los verbos deberán aprender a conjugarse. Y mi camino será el que marquen mis pies. Y mi sitio... siempre en el que yo esté, y seré feliz."
                                                                   
                                                                                                       Cáceres-Lijó

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